Una de pipas

Hay gente que tiene un libro que le ha cambiado la vida; yo no. Hay personas a las que una buena frase dicha por alguien en el momento justo le ha hecho dar un giro de 180 grados; a mí no. Y hay tipos que, después de descubrir algo, no saben cómo han podido vivir hasta entonces sin eso; yo sí soy uno de ellos. Ocurrió hace un par de años, y fue cuando, sentados en un banco, Álex me enseñó a comer pipas. Ese día se me abrió un mundo nuevo.

Hasta ese momento yo tomaba pipas como podía. No tenía pillado el truco, y era una tarea lenta y con riesgo de atragantamiento, así que pronto acababa dejándola. Hasta que me enseñaron. Era una noche de invierno, un lunes o un martes, y había quedado con Álex. En principio íbamos a ir a tomar una caña, pero apareció con un par de bolsas de pipas. Unas con sal y otras normales. Propuso ir a tomárnoslas a un banco del campus, y aunque no terminaba de verlo del todo claro por el fresco que hacía, acepté. Dijo que con cuáles prefería empezar y, sin dudarlo, escogí las normales. Facundo, extragrandes, tueste único; no tienen rival. Empezamos a comentar la jugada, y hubo un momento (creo que ya estábamos en la bolsa de saladas), en el que se me giró y me dijo que no tenía ni idea de comer pipas. Álex tiene una cosa muy buena, que es la de que nunca te da la sensación de estar siendo borde al decirte algo. Es capaz de comentarte con toda la naturalidad del mundo que te ve bastante más gordo desde la última vez que os habíais visto, y que casi te salga darle las gracias. Tiene ese don.

Así que le pedí que me dijera cómo se come una pipa, que no sabía yo que hubiera instrucciones para eso. “Es muy sencillo”, me dijo. “Solo tienes que cogerla, ponerla de lado entre los dientes de delante, morder delante un poquito para que se abra y luego atrás algo más fuerte para que la pipa salga sola”. Hizo la demostración y, efectivamente, funcionaba. Luego lo intenté yo y de primeras no lo conseguí. Pero cuando nos levantamos para irnos ya había conseguido que no se me quedara tanta astilla entre los dientes, y me había dado cuenta de que tenía razón.

A partir de ahí, no iba a ningún lado sin pipas. No a ver, tanto no me cambió la vida, pero sí fue un gran descubrimiento. Porque son un plan muy bueno para cualquier momento. Sencillas, baratas, y duran mucho tiempo. Si todo el mundo supiera tomarlas, podrían plantearse entrar en el duopolio manejado por el café y el alcohol cuando de quedar a tomar algo se trata. Y no solo valen para fuera de casa, sino también para ver cualquier producto audiovisual en el sofá. Para mí no hay duda en que le dan mil vueltas a las sobrevaloradas palomitas.

Hasta Pexels las minusvalora. Lo de los dados y la cometa yo tampoco lo he entendido.

Es curioso, pero en cambio me cuesta mucho tomar pipas cuando veo un partido de fútbol, que es uno de los escenarios más típicos. Solo las tomo cuando es un partido en el que no hay tensión, bien porque no me implico emocionalmente o bien porque el resultado ya te hace estar relajado. Ahí sí. Pero hasta ese momento no soy capaz, porque prefiero tener las manos y la boca metidas en el juego (con aspavientos, comentarios de cuñao y palabras malsonantes) y porque tengo la sensación de que si hay un gol a favor acabaría tirando todo por los aires y sería un desastre. Nunca me ha pasado, pero y si sí.

Así que realmente prefiero tomarlas cuando quedo con alguien. La última vez fue con Gabi, hace un par de semanas, y fue él el que, como Álex en su momento, propuso ese plan en vez del bar. Fue perfecto porque eran más a menos las doce y media, hora un poco tonta para pedir algo: más bien tarde para el café, y quizá pronto para la caña, así que corres el riesgo de tirar por la calle de en medio y pasar directamente a la ginebra. Está claro, las pipas reducen el riesgo de alcoholismo.

Ese plan con Gabi me hizo caer en la cuenta de una característica propia de este tipo de situaciones: no miras a la otra persona. Te sientas al lado, y pocas veces desvías la vista del frente para mirarle. Iba a decir que es una desventaja con respecto a tomar algo en una cafetería, y en parte lo es. Pero, bien mirado, no tiene por qué serlo. Cuando sabemos que nos observan, instintivamente estamos en tensión. Estando uno al lado del otro en vez de enfrente pierdes contacto visual, y eso es un hándicap, porque por los ojos hablamos mucho. Sin embargo, esa desventaja inicial se equilibra si uno sabe desviar la vista hacia el otro y mirar en el momento justo. Y no sentirte observado puede implicar relajarse, no perderse en actuaciones gestuales, y hablar con más desenvoltura y franqueza, como si los únicos que escucharan fuesen el trozo de césped y la paloma que se tiene enfrente. En realidad, ya lo dijo mejor Lewis:

Describimos a los enamorados mirándose cara a cara, y en cambio a los amigos, uno al lado del otro, mirando hacia adelante, absortos en algún interés común.

En fin, creo que este sabio aunque extraño fruto seco (sí que lo es, lo sé de buena tinta) no ocupa ahora mismo el lugar que le corresponde en la cadena alimenticia. Podemos tomar muchas más pipas. Álex, retando a Lewis, incluso hace ese plan a veces con su novia. A ver, para una primera cita no parece lo más romántico ni aconsejable. Pero si son extragrandes, tueste único… torres más altas han caído.

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