Es que me hace reír

El otro día vimos en mi casa Los buenos modales, una comedia española del año pasado. En los créditos iniciales ponía que actuaba Carmen Flores, y a mitad de la película tuve que buscar en Google a esta buena mujer para saber qué personaje era. No os voy a engañar, me sentí soberbiamente orgulloso de no ponerle cara.

La película es divertida. Tiene más chistes malos que buenos, pero como está todo el rato haciendo bromas, pues te ríes en varios momentos. La ya citada Flores es de los protagonistas más simpáticos. Sin embargo, el final consiguió enfadarme. Y es que la carga ideológica que se puede intuir a medida que avanza la película se muestra claramente en las últimas escenas. Otro con más apertura de mente que yo me dijo que no me rayara, pero el mal ya estaba hecho. Eso sí, tengo la suerte de que pocas cosas no me hacen dormir bien, así que cogí la cama muy a gusto. No os preocupéis por mi descanso.

Pero no quería yo centrarme en debates sobre propaganda ideológica, que por escrito intento (aparentar) ser comedido. Es al hablar donde se me ve el plumero, así que a quien quiera le mando un audio incendiario. Yo he venido aquí a hablar de las comedias. Y es que me parece que es uno de los géneros más complicados que puede haber. Creo que es mucho más sencillo hacer llorar que hacer reír. Por lo menos a un público adulto.

Yo sigo partiéndome de risa con Faldas y a lo loco y con Primera plana cada vez que las veo; Wilder es único e irrepetible. Me hacen mucha gracia las de humor absurdo estilo Pequeña Miss Sunshine. Y disfruté de verdad El mejor verano de mi vida, pero las que son parecidas, como Padre no hay más que uno, pues ya cuestan más. Y las típicas francesas están muy bien, pero llevo varios años sin ver una y tampoco las echo de menos especialmente.

Y si en las películas es complicado hacer una buena comedia, no te quiero ni contar en un libro. No hay tantas novelas de humor. Me leí este verano Sin noticias de Gurb, que es como el clásico español contemporáneo de este género, y lloré de risa las primeras veinte páginas. Luego se me hizo un poco largo por repetitivo. Y Delicioso suicidio en grupo lo dejé en su día a la mitad porque no estaba consiguiendo enganchar. Como bastantes personas fiables me han dicho que merece la pena, pues supongo que algún día volveré a intentarlo.

Claro que hay unos cuantos libros con los que me he reído a gusto. Llenos de vida, Tantos días felices, La elegancia del erizo… El último que me he terminado, Un abril encantado, también me hizo mucha gracia. Pero son novelas que, teniendo un tono de humor de fondo, este no es el elemento principal.

Provocar tristeza en una obra literaria o en una película es relativamente fácil, porque lo que te da pena hoy, por desgracia, es probable que te la siga provocando mañana y pasado. Sin embargo, el humor es más complicado, porque lo que te hizo reír una vez te volverá a hacer gracia solo si es realmente divertido. Si no, cansa.

Y en el día a día pasa lo mismo. Tu arsenal de bromas es más fácil utilizarlas con gente que no te conoce mucho, y suele hacer efecto; o quizá se rían por educación, no lo sé. Para hacer reír a alguien que te soporta día sí, día también hay que currárselo bastante más. Es como en el fútbol (en realidad, todo ocurre en el fútbol; pero ese es otro tema): es más fácil encarar a alguien que no sabe cómo juegas tú, porque es más probable que pique ante las mismas fintas que utilizas siempre. El que te ha visto antes ya te tiene calado.

Así que no basta con que no te haga llorar; solo faltaría. Tiene que hacerte reír. No solo un día, si no otro, y otro, y otro. Quizá hasta que la muerte os separe. Y eso… ahhmigo mío. Eso es lo valioso.

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