Que no me he picado, pesao

Para una persona competitiva, hay dos maneras de afrontar un juego. O dejando claro desde el primer momento tu implicación, o haciendo que te da igual, pero por dentro estar dando vueltas a la estrategia como un poseso. Cuando Audrey propuso esa tarde de Navidad jugar al Dixit, opté por la segunda opción. Aparente indiferencia, hacer como que participaba porque a otros les apetecía, y mientras tanto intentar enterarme rápidamente de qué iba para poder competir.

La misma táctica empecé a tomar hace un mes, cuando en Molina empezamos a jugar al Risk los martes por la tarde. Una hora, de siete a ocho. Durante cuatro meses habíamos apostado por un juego de elaboración propia que tenía su gracia, pero también un grave inconveniente: las figuritas eran unas chinchetas que había que clavar sobre un tablero de corcho enorme. Y qué desgraciadas. Había miles, y cada vez que las metías te dejabas los dedos. Cómo odiaba esas chinchetas.

A principios de febrero optamos por el cambio de escenario. Fui previsor. Siempre me pico con los juegos de mesa, y con el Risk especialmente. Así que pensé “vas a jugar con chavales de doce-trece años. Ve a ganar si quieres, pero tómatelo con calma. Y si te picas, te lo comes. Disimula tu frustración, da ejemplo de saber ganar y saber perder…” todo eso. Bueno pues dos turnos duraron los buenos propósitos.

Nuestro ejército es el Verde. Desde el principio me di cuenta de que me había equivocado al posicionar mis soldados, y ahí ya empezó el nerviosismo. Primeros ataques, los dos con éxito y pocas bajas. Casi no tengo que defenderme en el primer turno. Bien, pero a ver cómo arreglo ese mal posicionamiento sobre el tablero. En la segunda ronda, varios roces con Morado por países del norte de Europa. La mitad de las batallas para cada uno, más o menos. Nos debilitamos.

En el tercer turno me empiezan a tocar las narices. Negro, el más motivado y con más experiencia de los que jugamos, me conquista un territorio clave estratégicamente en América del Sur. Pequeño mosqueo disimulado con risas. No hay nada como decir una verdad riéndote para quitar hierro, aunque en realidad estés pensando lo que dices: “Eres un capullo integral, te vas a enterar jajaja jujuju”.

Y el cuarto turno es en el que realmente me desespero. Rojo me había debilitado bastante mis posiciones en Europa del Sur. Acuciado por la necesidad de conseguir recompensas, veo la oportunidad de conquistar fácilmente dos territorios de Amarillo en América del Norte. Es el ejército más debilitado, y lo comanda un chaval bueno, ingenuo y que es la segunda vez que juega a esto. Siete contra dos, está tirado. Bueno pues va el condenado chaval que parece que no se entera de nada y me gana. Risa generalizada. No seáis pesados, que no me he picado. Amarillo me dirige una sonrisa en apariencia bonachona, de quien no sabe cómo lo ha hecho. Pero tú no me engañas, chaval. Tu alma es perversa.

Al final de ese turno me consigo resarcir algo ganando a Morado en una situación parecida, once contra cuatro, defendiendo mi último bastión en Europa. No veas la tensión al tirar los dados. Ahí me di cuenta de que estaba moviendo la pierna como un loco y con las manos temblando con cada lanzamiento, mientras esperaba que los dados dejaran de rodar. Los dos adultos estábamos totalmente enfrascados y con ganas de machacar al otro en ese supuesto juego de niños. Él sacaba cuatros y cincos, pero yo tuve una suerte increíble. Cinco. Seis. Cinco. Seis. Seis. Cinco. Le gano. Adrenalina por las nubes. ¡Te j*des, Morado! Perdón. Bien jugado.

El último día, a Negro, siempre tan metódico y estratega, se le fue la olla. Una especie de revancha personal le hizo colocar casi treinta soldados en la frontera entre Asia y Oceanía para pelear a vida o muerte contra unos veinte soldados de Azul. Qué maravilla de batalla nos regalaron. Ocho minutos de concentración máxima, como si de unos penaltis de semifinales de Champions se tratase, viendo cómo caían unidades de ambos bandos. Uno Azul y otro Negro. Dos Negros. Dos Azules. Dos Azules. Uno de cada. Así hasta que Negro ganó por dos soldados a un Azul que caía derrotado con honor. Aplausos en la sala. Negro prácticamente limpiándose el sudor. Azul cabizbajo pero orgulloso. Palmadas en los hombros. Viva el fútbol digo, el Risk. Son las ocho, nos vamos.

Esa partida organizada por Audrey en Navidad la gané, sorprendentemente. No di opciones a jugar una segunda ronda, no fuera a ser que perdiera mi corona. Me retiré con la misma fingida indiferencia del principio. Pero esta vez no tiene tan buena pinta, la verdad. Negro sigue estando fuerte y Rojo avanza implacable desde África. Mis únicas opciones pasan por ganar en ataques rápidos a Amarillo y a Morado. Hoy, nuevo día de lucha. Tengo aún varias horas para pensar la táctica. Corto y cierro.

Deja un comentario