Así que odias las sorpresas

Este fin de semana pasado vimos Midnight in Paris. La típica película cuya carátula te has encontrado cadaa dos por tres durante los últimos diez años pero que nunca has visto porque siempre había una opción mejor. Carolo y Jota Jota no llegaron a empezarla, Ignoto dijo «qué gran elección» y a los quince minutos estaba fuera, y Russell se rindió justo antes del final. Solo Pérez y yo la terminamos. Éxito rotundo, si me preguntáis.

No he visto casi nada de Woody Allen, pero tengo miedo de empezar y convertirme en un fan irracional. De sus personajes lánguidos de pantalones marrones y poco gusto al combinar que les gusta pasear con las manos en los bolsillos dando patadas a latas de cerveza. Actores como Timothée Chalamet nacieron para ser absorbidos por Allen. Pero no quería hablar de cine y ya me estoy enrollando.

Hay un momento de la película, en apariencia intrascendente, en el que Rachel McAdams escucha incrédula las locuras de su marido, que terminan con un «ahora no te puedo contar más, pero lo verás esta noche: será una sorpresa increíble». A lo que ella responde algo así como «uff no, odio las sorpresas». Si el personaje estaba siendo antipático, en esa escena ya pasa a ser totalmente insoportable.

Está claro que un correo electrónico que te arruina la plácida tarde en la oficina no es agradable. Encontrarte con una multa al llegar a casa no es agradable. Un gol en contra después de un córner a favor no es agradable. ¿Pero las sorpresas, así en general?

Más allá de que te guste comprarte tus propios Reyes o dejar que tus familiares corran el riesgo de demostrar que en realidad no te conocen tanto, las sorpresas pueden ser maravillosas. Por ejemplo: al escuchar música. Viva la reproducción en streaming y poder escuchar todas las canciones que quieras por tres euros al mes, plan familiar, 3,6 € desde que un desertor se bajó del barco. Sin embargo, hemos perdido en gran medida la alegría de que suene de repente una canción que tenías olvidada.

Jamás hubiese puesto Break your heart de manera voluntaria. No está en ninguna de las listas que escucho ni es el tipo de música por el que me inclino ahora. Pero el coche en el que iba el sábado no tenía Bluetooth, así que sintonicé Cadena 100, sonó y tan contento. Ahí estaba yo, moviendo los codos como había visto en una coreografía quince años atrás mientras el de atrás me hacía luces.

Elegir una canción te hace priorizarla por encima de otras. Decir «esta es la que quiero escuchar en este preciso momento» es a veces una decisión complicada para un Z del primer mundo. Sin embargo, cuando aceptas la que viene sin poner muchas pegas es mucho más fácil disfrutarla; y si no siempre puedes cambiar de emisora. Lo coherente ahora sería anunciar que me bajo del plan premium de Spotify, pero no les puedo hacer eso a los que comparten el pago. Es por los demás, ya sabéis. Además, siempre nos quedará el modo aleatorio, que no es lo mismo pero se le parece.

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Midnight in Paris termina con el final esperado. Pero a Pérez y a mí nos gustó. Porque en el cine, los finales sorpresa, los justos. Y si no, mirad toda la gente que se enfadó con el de La la land. Porque te gustó La la land, ¿no? ¿Cómo? Pero qué dices si en realidad es perfecto que acabe así porque bueno vale ya paro.

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